Emos, veganos, góticos, pokemones, otakus, hippies, hardcore, reggaetoneros, punkies, kitsch, clowns, red skin, skin head… tribus urbanas, un fenómeno que actualmente ha tenido bastante difusión en nuestro país.
Sin embargo, al pensar en mi experiencia con mis pacientes, en los jóvenes, da un poco lo mismo si son seguidores de los chicos Kudai, de los vegetarianos, de los estilos vampirescos, de los cortes de pelo estrambóticos, de los ojos tapados, apasionados de la animación japonesa o por la violencia, etc.
Ya que todos tienen un denominador común: “la búsqueda de una identidad”. ¿Qué hace que un joven se adscriba a algún grupo o tribu?, ¿qué podemos hacer los padres?, ¿es bueno, malo?, ¿debemos prohibir?...
LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD
Comenzaremos analizando el término identidad. La búsqueda de la identidad es una tarea de la adolescencia. Es poder lograr una sensación de continuidad en el tiempo, de ser la misma persona a pesar de los cambios físicos, emocionales, psicológicos y medioambientales que se van experimentando durante el desarrollo, y que permite la diferenciación de los demás.
El adolescente debe gradualmente encontrar su camino, saber quién es, cómo es y qué quiere hacer, pero no sabe cómo. Por eso hace ensayos que en ocasiones pueden ser mal vistos por la familia y la sociedad. Y a los adultos se nos olvida que estos ensayos son necesarios para que consolide su identidad.
En esta búsqueda aparecen, de manera inconsciente, muchas preguntas importantes de la vida que lo impulsan a buscar nuevas alternativas: ¿por qué soy como soy?, ¿cuál ha sido mi experiencia?, ¿qué quiero preservar de mi historia?, ¿en qué me parezco a mis padres? y de eso qué tengo en común con ellos, ¿qué es lo que realmente quiero conservar?, ¿cómo pienso?, ¿cómo siento?, ¿cuándo lo siento cómo lo acepto?, ¿cuál es mi tendencia sexual?, ¿qué me atrae de los otros y cómo manejo la atracción que los otros ejercen sobre mí?, etc.
El adolescente siente la necesidad de estar menos tiempo con sus padres, esto le va permitiendo de manera gradual separarse psicológicamente de ellos y establecer nuevas relaciones, principalmente con otros de su edad.
Esto es parte del desarrollo y como padres no debemos impedirlo, sin embargo, no implica de ningún modo que “viva su vida y haga su voluntad”; de igual forma deben haber instancias previamente acordadas de participación familiar y exigir que estas se cumplan aunque con un poco más de holgura que cuando eran niños.
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