ANALISIS
El libro nos presenta una serie de enseñanzas relacionadas con diversos aspectos de la ética y la moral personal. Nos lleva a enfrentarnos al hecho de que, por muy sociables que seamos, tenemos la tendencia de evadir los momentos que nos obligan a estar a solas con la persona a quien más desconocemos: nosotros mismos.
Me pareció una lectura muy fresca y amena, que permite involucrarse con las aventuras del desventurado caballero que permitió que su mundo se viera opacado por el brillo de su reluciente armadura, sin darse cuenta que era precisamente esa armadura la que lo mantenía aislado de las cosas verdaderamente importantes, como lo eran su familia, sus amigos, el mundo en general.
En la primera parte vemos que el caballero es una persona con muy buenas intenciones, al menos aparentemente, que todo el tiempo está intentando de realizar actos heroicos, para su propia satisfacción y para que todas las personas que lo rodean tengan siempre una imagen de él como alguien de gran corazón y de nobles ideales. A tal grado llega su afán por causar esta buena impresión que olvida y deja de lado la importancia del contacto con su familia, su esposa y su hijo y en general con todo el mundo que existía afuera de su armadura.
En muchas ocasiones a todos nos pasa algo similar, estamos tan inmersos en nuestra propia “coraza” de vanidad, egoísmo o autocompasión, que creemos saber lo que las demás personas piensan de nosotros; nos refugiamos adentro de nosotros mismos para evitar vernos como realmente somos y evadimos enfrentar nuestra realidad ya que posiblemente no sea la que quisiéramos. Posiblemente a cada uno de nosotros, como al caballero, haya alguien que trate de hacer ver nuestro error, pero casi siempre ignoramos esto y seguimos ciegos a la verdad.
Como el caballero, todos debemos emprender una travesía a través de nuestro interior, por medio de la cual tratamos de encontrar los medios para desprendernos de este bloqueo y la fuerza para enfrentarnos a nuestros fantasmas y monstruos interiores, para conocerlos y de esta forma vencerlos y superarnos a nosotros mismos.
Lo primero es reconocer que se necesita ayuda y buscarla; debemos estar conscientes de que no siempre somos capaces de hacer todo solos, por nuestros propios medios ya que al fin de al cabo somos esencialmente seres sociales que vivimos inmersos en un mundo de personas, por lo que podemos encontrar a alguien que nos guíe y acompañe a lo largo del camino que nos lleva a nuestro auto descubrimiento. Debemos procurar que la persona que nos sirva de guía sea alguien con la suficiente sabiduría y madurez para que realmente nos ayude a seguir el camino correcto y no nos desvíe de nuestro objetivo primordial: conocernos a profundidad.
Sin embargo, el hecho de tener a alguien con la suficiente grandeza para ser nuestro guía, no implica que no haya seres pequeños a quienes también necesitemos; tal es el caso de los niños, quienes constantemente nos recuerdan todo aquello que hemos olvidado acerca de la sencillez, la honestidad, la inocencia. Estas figuras están representadas en el libro por la paloma y la ardilla; ellas demuestran que no hay nadie tan grande que no pueda requerir la ayuda y orientación de otros, así como que no hay nadie tan pequeño que no pueda sernos útil.
En un momento de la lectura, el mago Merlín le pregunta al caballero qué haría si logra salir del bosque, a lo que éste responde que volvería a casa con su esposa e hijo; sin embargo Merlín le increpa: “¿Cómo podrías cuidar de ellos si ni siquiera podéis cuidar de vos mismo?” Esto no podría ser más cierto ya que nadie puede dar lo que no tiene; si no nos conocemos a nosotros mismos no podemos pretender que conocemos a alguien más; si no nos amamos a nosotros mismos no podemos pretender amar a nadie más; si no sabemos cuidar de nosotros mismos no sabremos cuidar de nadie más.
Atravesar el Sendero de la Verdad implica enfrentarnos a nuestro yo interior y aprender a aceptar y conocer lo que nos hace diferente de los demás; es necesario llegar al convencimiento que lo importante no es lo que los demás piensen de mi, sino lo que yo sé con certeza que soy, y de qué soy capaz. Cuando se logra desprenderse de las ataduras de la vanidad y la costumbre de pretender que todos nos amen y nos admiren, es cuando se llega al real conocimiento de uno mismo, de sus defectos y virtudes.
En el Castillo del Silencio aprendemos que tenemos la tendencia a rodearnos de ruido (charlas sin sentido, alardes de nuestros triunfos, chismes, etc.) y esto lo hacemos para evitar que nos envuelva el silencio que nos obliga a aprender a escuchar, escuchar verdaderamente a los demás y sobre todo a nuestro propio ser interior, que normalmente es a quien más tememos. Pero únicamente si vencemos nuestros temores y nos permitimos un tiempo para reflexionar sobre las cosas que han pasado y todo lo que hemos hecho y dicho, si nos permitimos tener una comunicación clara y sincera con nosotros mismos, podremos entonces someter a nuestros fantasmas interiores y enfrentar la vida con más honestidad.
Hay un libro de Richard Bach (el autor de “Juan Salvador Gaviota”) llamado “Ilusiones” que a mi criterio es prácticamente una guía de vida; en este libro se habla del conocimiento en una forma que siempre me ha dado mucho en que pensar, hay una frase en lo particular que me parece que engloba la forma como los seres humanos manejamos el conocimiento, dice: “Aprender es recordar lo que sabes; Actuar es demostrar que lo sabes; Enseñar es recordar a los demás que saben tanto como tú. Todos somos Aprendices, Ejecutores y Maestros”. Para mí esto es una gran verdad, todos sabemos todo, es cuestión de no temer a ese conocimiento y vivir en función de él. En el Castillo del Conocimiento el caballero aprende entre otras cosas que si es capaz de identificar su propio valor como persona, no necesitará de probar nada a los demás ni a sí mismo ya que podrá aceptar y valorar lo que tiene interna y externamente.
Diariamente nos enfrentamos a decisiones grandes y pequeñas, cosas simples y complejas que en algún momento pueden hasta cambiar nuestras vidas; sin embargo lo importante es afrontar cada situación con valor y voluntad, ser lo suficientemente aventureros y osados para no temer explorar territorios que hasta ahora nos han sido desconocidos.
Los seres humanos tendemos a acomodarnos a las situaciones que nos son familiares y por este motivo dejamos de experimentar muchas cosas que desconocemos, por temor. Sin embargo no se puede vivir encerrándose en una burbuja de cristal para evitar que algo nos pueda hacer daño, es necesario enfrentar los temores y sobreponerse de las derrotas para lograr aprender algo de cada experiencia.
Esto queda ejemplificado en el Castillo de La Voluntad y La Osadía, donde el caballero debe vencer al dragón del Miedo y la Duda para lograr por fin alcanzar su meta: salir de su armadura. Cuando yo tenía 6 años me fracturé el brazo derecho, en ese entonces estaba aprendiendo a escribir y recuerdo que me costaba mucho hacerlo por el yeso en mi brazo, sin embargo mi médico me dijo algo que me ha acompañado a lo largo de toda mi vida, dijo: “si no puedes una vez, prueba de nuevo y si nuevamente no lo logras, vuélvelo a intentar, una y otra vez hasta que puedas hacerlo”.
Así funciona el enfrentar nuestros temores, posiblemente no tengamos éxito desde un principio pero si seguimos intentándolo, con cada esfuerzo estaremos cada vez más cerca de lograrlo; pero si ni siquiera hacemos la lucha, vamos a pasar toda nuestra vida preguntándonos cómo hubieran sido las cosas si al menos hubiéramos hecho el esfuerzo. Bien dicen que no hay peor lucha que la que no se hace. Dice el libro que si se intenta, si se hace el esfuerzo, al menos se tiene la posibilidad de vencer los obstáculos, sin embargo si no se hace nada es totalmente seguro que los problemas seguirán allí y cada vez serán mayores; al enfrentar al miedo y la duda nos damos cuenta que realmente el dragón no era tan grande como lo pensábamos.
Cada duda, cada incertidumbre, cada temor, son como piedras en nuestro equipaje diario, sólo cuando logramos deshacernos de esto podemos realmente sentirnos liberados y ser auténticos ante Dios, ante los demás y sobre todo ante nosotros mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario